martes, 8 de enero de 2013

MIGUEL HERNANDEZ: “ELEGIA” PARA EL POETA (HOMENAJE EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NACIMIENTO)

 MIGUEL HERNANDEZ: “ELEGIA” PARA EL POETA (HOMENAJE EN EL PRIMER CENTENARIO DE SU NACIMIENTO) PDF Imprimir E-Mail
Miguel Hernández en su juventudCuando era más joven, hace ya ni me acuerdo, el azar trajo a mis manos un libro del poeta Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, Alicante). Tanto me fascinó que “como un rayo que no cesa” continué leyéndole. Y luego, encontré una biografía suya que no tardé mucho en “devorar”. Aún recuerdo especialmente dos pasajes que me llegaron al corazón. Relatan la historia “las nanas de la cebolla” y de las dos “elegías”, musicadas por numerosos autores. Fascinado con ellas pensé en escribir una composición poética similar dedicada al poeta oriolense. De este modo, nació la siguiente “Elegía” inédita, que cursando tercero de BUP en el Instituto Andrés Laguna de Segovia, fue seleccionada por mis compañeros como el mejor poema de la clase, y que me viene como anillo al dedo para rendir mi particular homenaje, cuando el mundo de la cultura comienza a preparar diversos actos para conmemorar el primer centenario del nacimiento de Miguel Hernández (30 de octubre de 1910).
 Tres instantaneas de Miguel Hernández junto a su esposa Josefina ManresaDibujo de Miguel Hernández y una foto uniformado de milicianoMiguel Hernandez recitando la Elegía en la Plaza de Ramón Sijé, su pueblo, su amigo
Retrato de Ramon SijéManuel Miguel, hijo de Miguel Hernández y Josefina Manresa, destinatario de las nanas de la cebolla
Josefina Manresa, su hijo de siete meses y las “nanas de la cebolla”
En 1939, -a dos meses del trágico fallecimiento de su hermano- Miguel Hernández permanecía en la cárcel por sus ideas políticas. Durante este presidio, su mujer, Josefina Manresa, le enviaba una carta y una foto de su hijo con siete meses.
A vuelta de correo el “poeta cabrero” respondía con otra misiva: “no pasa un momento sin que lo mire y me ría, por muy serio que me encuentre, viendo esa risa tan hermosa que le sale delante de los cortinones y encima del catafalco ese en que está sentado. Esa risa suya es mi mejor compañía aquí y cuanto más la miro más encuentro que se parece a la tuya. Y los ojos, y las cejas y la cara entera. Este hijo nuestro, por quien no debes perder el ánimo y la confianza en esta vida, es más tuyo que mío”
Poco después, Josefina-quien estaba amamantando a su hijo- le escribía de nuevo, narrándole que en su triste alacena apenas tenía para comer pan y cebolla. No obstante -le aseguraba-se sentía afortunada por poder comer pan. Muy  afectado y triste por esta revelación, le respondía: “Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme”.
Amargura, tristeza, impotencia y a la vez dulzura para su hijo, era lo que transmitía Miguel desde su celda en esas inolvidables “Nanas de la cebolla” (En la cuna del hambre/mi niño estaba/con sangre de cebolla/se amamantaba…Vuela niño en la doble/luna del pecho/él, triste de cebolla/tú, satisfecho).
En septiembre de ese mismo año inesperadamente fue liberado. Y en lugar de refugiarse, como le recomendaron tantos amigos, corrió a Orihuela para encontrarse con su esposa e hijo.
Miguel Hernández, Ramón Sijé y la “promesa” que el poeta no pudo cumplir
Otro apartado fue el correspondiente a las elegías. Ramón Sije, seudónimo literario de José Marín Gutiérrez -fallecido por una septicemia al corazón, a la edad de 22 años, en plena Nochebuena de 1935- novio de Josefina Fenoll, la panadera de Orihuela. Se reunían en tertulias poéticas en la panadería de su pueblo alicantino. Miguel y José se querían tanto, que se prometieron que el primero de ellos que muriese recibiría del otro el primer puñado de tierra sobre su ataúd. Pero, no pudo ser.
Miguel se encontraba en Madrid cuando se enteró de su muerte y no pudo cumplir su promesa. De este modo, nacieron las dos Elegías (“En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería”) (“En Orihuela, su pueblo y el mío, se ha quedado novia por casar la panadera de pan más trabajado y fino, que le han muerto la pareja del ya imposible esposo).
Ni que decir, que la primera de ellas la he recitado de memoria una y mil veces. Aunque pudiera parecer blasfemia, es la verdad. Nos sirvió a mi mujer y a mí como “oración de cabecera” durante nuestros primeros años de pareja. Como si de nuestro particular “padre nuestro” se tratara, todas las noches “rezábamos” nuestra elegía, hasta que logré que ella también se la aprendiera.
Tras fallecer Ramón Sijé, Miguel Hernández abandonó su catolicismo, abrazando la causa republicana.
El mejor poema de mi clase en el Instituto Andrés Laguna de Segovia
Episodios tristes y dramáticos, que me inspiraron -cuando contaba apenas con 20 años de edad (hoy tengo 46)- la siguiente elegía para el poeta. También recuerdo que cursando tercero de BUP (Bachillerato Unificado Polivalente) en el Instituto Andrés Laguna de Segovia -donde vivía- tenía un profesor de Literatura llamado Uldarico. Nos pidió que escribiéramos una composición poética y se la entregáramos. Yo presenté mi Elegía para Miguel Hernández. Curiosamente, su lectura ocupó una clase entera y mis compañeros la eligieron como el mejor poema.
Sufro una especie de Síndrome de Diógenes. Guardo innumerables recuerdos de mi pasado -sobre todo papeles, libros y documentos- como si fuesen auténticos tesoros pendientes aún de explotar literariamente. Hoy han pasado más de 26 años y junto a otros escritos en verso y prosa de antaño, el azar ha querido que apareciese en el momento más oportuno -preparación del primer centenario del nacimiento de Miguel Hernández (1942)- en mi destartalado baúl de los recuerdos.
Sea pues éste, mi particular homenaje a este sensacional poeta del pueblo, combatiente por sus ideas, al que tanto culto rendí en mi adolescencia, y a quien todavía continúo admirando por su sensacional arrojo y compromiso. 

 ELEGIA
(Olvidado en quién sabe qué celda ha muerto
Miguel Hernández, el poeta)
Espiga de la mañana
que creces pausadamente
sobre la tierra callada.
Tu alma es un rayo de luna
que proyecta azul la muerte
sobre las piedras desnudas.
Los falos de la vergüenza
de unos buitres sin cabeza
te dieron la muerte lenta.
Miguel de la sin fortuna
enfermo de la mentira
en una celda asesina.
Tus versos hoy calaveras
se ríen de tanta infamia
y al tiempo lloran tu pena.
Pastor de las Orihuelas
buscaste con tus ovejas
la libertad en la tierra.
Y esta tierra te dio hambre
muerte, sed y vil miseria
y represión en tu guerra.
Desde tu celda remota
cantabas triste a tu hijo
 “las nanas de la cebolla”.
Josefina como el rayo
lloraba la amarga pena
con el niño entre sus brazos.
¡Ay Miguel, siempre Miguel!
Miguel de la hambrienta tierra
sepultura de Migueles.
Tu voz rechina en el viento
y se transmite implacable
en tu silbo vulnerado.
Aquel rayo que no cesa
impregna la blanca España
con tierra de tus poemas.
¡Ay Miguel!, hombre de hierro
hijo de la tierra madre
de las sublimes tormentas.
Las luces de esta alborada
proyectan tu sombra grave
sobre tu tumba desierta.

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