martes, 22 de enero de 2013

JULIO ROMERO DE TORRES







En su época, y durante bastante tiempo después,
fue más, muchísimo más.






Para empezar, la pintura le venía de casta: había nacido en un museo.

Exactamente, el 9 de noviembre de 1874. Su padre, Rafael Romero Barros, también pintor, dirigía a la sazón el de Bellas Artes de Córdoba, instalado en el viejo caserón del antiguo Hospital de la Caridad, frente a la Plaza del Potro. Allí tenía habilitada su vivienda la familia.

Allí nacieron los siete hermanos de Romero de Torres. En un museo.

Su primer triunfo le llegaría a los 23 años, con un cuadro titulado Conciencia tranquila: mostraba a un juez practicando un registro en la habitación de un obrero anarquista, que se ve con los brazos atados, mientras su mujer llora al fondo y un niño asustado y semidesnudo se agarra a la camisa de su padre, mientras mira con desconfianza al funcionario.
Ganó la tercera medalla de la Exposición de Bellas Artes de 1899, y el joven Romero de Torres quedó ya consagrado como pequeña gloria local en su ciudad natal.

Pero el salto a la fama madrileña se lo dio Vividoras del amor, de 1906, un cuadro donde mostraba un burdel con cuatro furcias en espera de los clientes. Esta vez no ganó ninguna medalla: el cuadro fue rechazado por inmoral.

Romero de Torres, con otros dos pintores cuyas obras habían sido también rechazadas por el mismo motivo, organizó una exposición en la calle de Alcalá, por la que desfiló una multitud atraída por el título “Rechazados por inmorales”, que campeaba encima de la puerta.






En 1907, el pintor viajó por Italia, Marruecos, Francia, Países Bajos e Inglaterra. Volvió con ojos nuevos, impregnados de visiones modernas, empapados del nuevo simbolismo que se estilaba, pero también impresionados por la lección antigua de Leonardo da Vinci, a quien tanto debe su pintura.

Cuadros como Amor sagrado, amor profano, de 1908, o Retablo de amor, de 1910, revelan a las claras que Romero de Torres había abandonado ya los viejos temas y formas del realismo costumbrista para entregarse de lleno a una pintura nueva, simbolista y modernista, religiosa y profana.

Una pintura que expresaba la compleja relación entre Eros y Thanatos, entre el Amor y la Muerte, que se daban la mano de una forma ambigua y maliciosa en la hembra humana, en la Mujer: con mayúscula lapidaria, con “M” de misterio. Romero de Torres, que las amó y las frecuentó toda su vida, fue el pintor de las mujeres.






En sus cuadros de encargo, Romero de Torres es pintor de damas acomodadas y señoras distinguidas, pero también, y a lo largo de toda su carrera, lo será de sastras y modistillas, de cantadoras y bailadoras, de modelos cuidadosamente escogidos entre el vulgo.

Las mujeres protagonizan sus cuadros: La consagración de la copla, Nuestra Señora de Andalucía, El pecado, Salomé, La nieta de la Trini, Poema de Córdoba, La muerte de Santa Inés, y tantos otros cuadros inolvidables para la retina. Todas sus mujeres son la misma mujer, ambigua y misteriosa. La puta y la virgen. La mística y la erótica, tanto más erótica cuanto más mística.

Se habla de la carnalidad de las mujeres de Romero de Torres, pero es una carnalidad traspasada por la conciencia de la muerte. Naranjas y limones (1928) es el título de uno de sus cuadros más célebres: naranjas del amor encendido, limones del amor apagado. Lo dulce y lo agrio. La muerte compañera inseparable de la vida.

El amor, que oscila como una desorientada barquilla entre la tierra firme de la carne y el aire alborotado del espíritu. De esta tensión sacó toda su fuerza la pintura de Romero de Torres.



































































































































1 comentario:

  1. QUE BELLEZA...PINTA MUY LINDO LAS GITANAS...A MI TAMBIEN ME GUSTA PINTAR GITANAS Y BAILAORAS...A PESAR DE SER LATINA..

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